Jorge Bucay

"Estos cuentos han sido escritos sólo
para señalar un lugar o un camino.

El trabajo de buscar dentro,
en lo profundo de cada relato,
el diamante que está escondido...

...es tarea de cada uno"

viernes, 29 de enero de 2010

Las ranitas en la nata

Había una vez dos ranas que cayeron en un recipiente de nata.

Inmediatamente se dieron cuenta de que se hundían: era imposible nadar o flotar demasiado tiempo en esa masa espesa como arenas movedizas. Al principio, las dos ranas patalearon en la nata para llegar al borde del recipiente. Pero era inútil; sólo conseguían chapotear en este mismo lugar y hundirse. Sentían que cada vez era más difícil salir a la superficie y respirar.

Una de ellas dijo en voz alta:

"No puedo más. Es imposible salir de aquí. En esta materia no se puede nadar. Ya que voy a morir, no veo por qué prolongar este sufrimiento. No entiendo qué sentido tiene morir agotada por un esfuerzo estéril".

Dicho esto, dejó de patalear y se hundió con rapidez, siendo literalmente tragada por el espeso líquido blanco.

La otra rana, más persistente o quizá más tozuda se dijo:

"¡No hay manera! Nada se puede hacer para avanzar en esta cosa. Sin embargo, aunque se acerque la muerte, prefiero luchar hasta mi último aliento. No quiero morir ni un segundo antes de que llegue mi hora".

Siguió pataleando y chapoteando siempre en el mismo lugar, sin avanzar ni un centímetro, durante horas y horas. Y de pronto, de tanto patalear y batir las ancas, agitar y patalear, la nata se convirtió en mantequilla. Sorprendida, la rana dio un salto y, patinando, llegó hasta el borde del recipiente. Desde allí, pudo regresar a casa croando alegremente.

del libro "Déjame que te cuente...", de Jorge Bucay

domingo, 10 de enero de 2010

El escritor y las estrellas de mar

Érase una vez un escritor que vivía en una playa tranquila, junto a una colonia de pescadores. Todas las mañanas, temprano, paseaba por la costanera par inspirarse y de la tardes e quedaba en casa escribiendo.
Un día caminando por la orilla en la playa, vio una figura que parecía danzar. Al aproximase, observó a una joven agarrando estrellas de mar de la arena y, una a una, arrojarlas de vuela al océano.
-¿Por qué estás haciendo esto? –preguntó el escritor.
-¿No lo ve? –dijo el joven-. La marea está baja y el sol está brillando. Si la dejo en la arena, se secarán al sol y e morirán.
- Muchacho, existen miles de kilómetros de playa en ese mudo y cientos de miles de estrellas de mar desparramadas a lo largo e ellos. ¿Qué diferencia hace? Tú devuelves algunas al mar. Pero la mayoría morirá de cualquier forma.
El joven tomó una estrella más de la arena y la arrojó de vuelta al océano. Miró al escritor y dijo:
-Para esa, yo hice la diferencia…
Aquella noche el escritor no logró dormir; tampoco pudo escribir.
Por la mañana fue a la playa, aguardó al joven y junto con él comenzó a devolver estrellas al mar.
del libro "Coaching. El Arte de Soplar Brasas", de Leonardo Wolk