Un veterano mercader de cammellos atravesaba el desierto del sáhara junto con su hijo adolescente, que era la primera vez que lo acompañaba. Al caer la noche, decidieron acampar en un oasis. Tras levantar la tienda, padre e hijo empezaron a clavar estacas en el suelo para atar con cuerdas a los camellos. De pronto, el joven se dio cuenta de que tan solo habían llevado 19 estacas 19 cuerdas, y en total había 20 camellos.
-"¿Cómo atamos a este camello?", preguntó inquieto el hijo adolescente.
Y el mercader, que llevaba muchos años recorriendo el desierto, le contestó sonriente:
-"No te preocupes, hijo. Estos animales son tontos. Haz ver que le pasas una cuerda por el cuello y luego simula que lo atas a una estaca. Así permanecerá quieto toda la noche".
Eso es precisamente lo que hizo el chaval. El camello, por su parte, se quedó sentado e inmóvil, convencido de que estaba atado y de que no podía moverse.
A la mañana siguiente, al leventar el campamento y prepararse para continuar el viaje, el hijo empezó a quejarse a su padre de que todos los camellos le seguían, excepto el que no había atado. Impasivo, el animal se negaba a moverse.
-"¿No sé que le pasa a este camello!", gritó indignado.
-"Parece como si estuviese inmovilizado".
Y el mercader, sin perder la sonrisa, le replicó:
-"!No te enfades hijo! El pobre animal cree que sigue atado a la estaca. Anda, ve y haz ver que lo desatas".
El Pais Semanal, nº 1.783 Domingo 28 de noviembre de 2010