-"¿Cómo atamos a este camello?", preguntó inquieto el hijo adolescente.
Y el mercader, que llevaba muchos años recorriendo el desierto, le contestó sonriente:
-"No te preocupes, hijo. Estos animales son tontos. Haz ver que le pasas una cuerda por el cuello y luego simula que lo atas a una estaca. Así permanecerá quieto toda la noche".
Eso es precisamente lo que hizo el chaval. El camello, por su parte, se quedó sentado e inmóvil, convencido de que estaba atado y de que no podía moverse.
A la mañana siguiente, al leventar el campamento y prepararse para continuar el viaje, el hijo empezó a quejarse a su padre de que todos los camellos le seguían, excepto el que no había atado. Impasivo, el animal se negaba a moverse.
-"¿No sé que le pasa a este camello!", gritó indignado.
-"Parece como si estuviese inmovilizado".
Y el mercader, sin perder la sonrisa, le replicó:
-"!No te enfades hijo! El pobre animal cree que sigue atado a la estaca. Anda, ve y haz ver que lo desatas".
El Pais Semanal, nº 1.783 Domingo 28 de noviembre de 2010
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